jueves, 27 de diciembre de 2012

¿Qué?

Me siento y pienso. Pero entonces pienso, ¿me siento? Para qué sentarme si no sé cómo me siento, y el hecho de sentir que una superficie de madera sostiene mi cuerpo no me va a ayudar a saberlo. Yo digo, por qué no caminar, o saltar, o acostarse, pero claro, si me siento, siento la superficie de madera y entonces siento, pero ¿siento? No entiendo si pienso o si siento. No sé cómo funciona mi cuerpo, no sé qué tengo ¿acaso es que enfermo? Día a día con tu ausencia y tu recuerdo, no sólo siento y pienso, sino que recuerdo, aunque cuando recuerdo  pienso, y cuando pienso es imposible decir que no siento. Entonces es todo lo mismo, la misma bola de “algo” que me sacude y me obliga a sentarme, entonces es por eso que me siento, pero, ¿quién sabe? Quizá si esa bola de “algo” perdiera uno de sus elementos, estaría volando, pero hoy me pasa esto, y me siento.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Venecia barrial

Era un día agradable, de esos en los que un sol cegador te pega en la cara, pero una brisa fría te activa los sentidos. Yo caminaba por caminar, sin sentido alguno, como para volar un poco, ver la expresión de los rostros de la gente, escuchar sus risas, sus llantos, fragmentos de sus conversaciones, hacer contacto con esa fracción de mundo, que era mi mundo. Quería distraerme, poner la cabeza en blanco y usar mis sentidos, percibir, pero internamente estaba su recuerdo, y esa extraña sensación de que se iba a cruzar en mi camino, una vez más. Entonces caminaba, por caminar, sin sentido alguno, como para volar un poco, quizá buscando algo, quizá intentando perder algo, o quizá con ganas de encontrarme, mirarme y pegarme una cachetada. 
El amor ya me tenía como loco, desquiciado, y ya no me soportaba, por eso apagaba mi mente y salía a caminar, cuando ya me era imposible estar con esa versión de mí un tanto humillada. Pero no, ahí estaba en mi interior, me la iba a encontrar, era una seguridad, lo sabía, y era inútil escapar. Me limité entonces a esperar lo predecible, caminando sin rumbo.
Fue entonces que un estruendo repentino me dejó muy aturdido. De repente, mis sentidos se bloquearon como si me hubieran golpeado muy fuerte la cabeza. No recuerdo bien qué hice, creo que me senté en el piso hasta recuperarme un poco, y darme cuenta de que nada había pasado. Comencé a mirar a mi alrededor sin comprender nada en absoluto, y me di cuenta de que a mi derecha había una banda naval con cientos de trompetas, clarinetes, saxos, trombas, y demás instrumentos. Quise hacer memoria y pensar porqué me había sucedido eso tan extraño, pero mi mente estaba en blanco. Lo único que sabía era que se iba a cruzar en mi camino. Tomé aire y supuse que el estruendo había provenido de la banda, que quizá eso se haya combinado con mi falta de almuerzo y desayuno y con esa extraña certeza que tenía. Me limité a seguir la música a través de la calle cortada. No había mucha gente, iban llegando todos de a poco. Luego me pareció una lástima, ya que era un verdadero espectáculo, no sólo por la música, sino también por la decoración de las calles. Nunca había visto así al lugar, lleno de cuadros y esculturas, con gente de circo bailando al compás de los clarinetes y las flautas, todos con una sonrisa en sus rostros. En ese momento vino a mi mente el cuento Máscaras venecianas de Adolfo Bioy Casares. En verdad, lo que estaba viendo no coincidía mucho con mi imagen previa del Carnaval de Venecia, pero aún así había algo en el ambiente que me traía esos recuerdos que no me pertenecen, que son prestados un rato para vivirlos como si fueran propios y que luego se desvanecen. 
El día continuó así, con mucha alegría y melodía, hasta que llegó la noche y el lugar se vistió con una magia distinta, quizá de otro cuento, de otro recuerdo prestado. La gente estaba dispersa, algunos escuchando al dúo de piano y saxo que entonaba No llores por mí Argentina, otros apreciando un show de títeres al aire libre, pero algunos otros optamos por ir bajo techo a escuchar a una banda de Jazz que prometía deslumbrar a su audiencia con su misma presencia. 
La banda iba a tocar dentro de un museo que estaba justo sobre la calle en donde se producían paralelamente todos los demás shows. Entré curiosamente, sin saber con qué me iba a encontrar.
La sala principal estaba repleta de sillas, dejando una especie de medio círculo vacío, espacio en el cual los integrantes de la banda estaban ubicando todos los instrumentos. Y ahí iba el piano, los saxos, la guitarra, la batería, los movían como hormigas, por allá un contrabajo, como yendo a un compás secreto, que sólo ellos manejaban, luego el trombón, hasta quedar todos en ese espacio semicircular, aún moviéndose, probando el sonido, cada uno en su instrumento y, aún así, completamente conectados. 
Busqué un asiento, porque hasta ese momento había estado parado, mirando deslumbrado ese espectáculo que no muchos llegaban a apreciar, esa conexión tan peculiar que siempre me maravilló. 
Como si se hubieran puesto de acuerdo sin siquiera hablar, se produjo un silencio y una quietud repentina. Hubo un compás contado sin contar y así, todos al mismo tiempo, comenzaron a tocar. 
Me es imposible describir el sonido, esa magia que recorrió mi cuerpo cuando lo escuché. Era como si ya nada existiera, ni siquiera yo, sólo algo que percibía ese sonido, esa magia, eso que estaba ocurriendo allí. 
Momento perfecto.
De repente abrí los ojos, volví al mundo, al museo, a la banda, y sospeché que en realidad no era esa banda la que me estaba haciendo volar, sino otra, en algún otro lugar de algún otro recuerdo prestado. Quizá ese mismo día, horas más temprano, me había ido así, de la misma manera, al escuchar la banda naval. Pero tuve que volver. 
Yo sabía que me la iba a encontrar, y ahí estaba, mirándome desde la otra punta de la sala, con una media sonrisa en su rostro.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Miro a mi alrededor pero no quiero mirar más. Me siento viva, pero muchas veces entre muertos en vida, y es difícil, tan difícil elevarme así... pero no voy a detenerme. Eso nunca va a suceder.

martes, 11 de diciembre de 2012

Silenciosa melodía de Jazz que invade el entorno, cada vez que miro tus ojos, cada vez que siento tu perfume, cada vez que estás cerca, o simplemente cuando te pienso, flor eterna de luz, mi guía, mi inspiración, ahí estás, tan cerca, tu sonrisa, tus labios, tu perfección presentándose ante mí y dejándome como escombros. Y tiemblo. No sé si lo notás, pero tiemblo, a veces conteniendo esa necesidad profunda de abrazarte, de besarte, de crear un vacío entre nuestros cuerpos y decirte, por fin en la cara, mirándote profundamente, ojos con ojos, narices con narices, bocas con bocas... te quiero. Y puede cambiar el mundo, puede destruirse si quiere, dejarnos a la intemperie, pero no, no va a cambiar ésto. 
Siempre serás
mi inspiración eterna.

Ojos de piedra

  El silencio, su llave maestra. Nadie sabía nada de él, no más de lo que se puede saber de un edificio muy antiguo y sin ventanas. Sus ojos eran duros, pero no tanto como su boca, cerrada herméticamente, de vez en cuando dejando escaparse a una palabra, pero nunca a una sonrisa.
  Eso es todo lo que se recuerda, todo testimonio, todo lo que era. Porque qué persona puede ser así, no, no se puede, quizá por un tiempo, pero toda la vida... vida, eso no es vida.
  Será que por eso se perdió en el tiempo.
  Será que vive más en el recuerdo que yace en las mentes confundidas de los que lo conocieron que en lo que vivió en su propia existencia.

viernes, 15 de junio de 2012

No hay una puta casualidad en nada. El momento en el cual te interpusiste en mi camino y cómo lo hiciste y todo lo que pasó después... ¿Quién otro podría haber creado una situación tan perfecta? Te debo muchas cosas, Julio. Gracias por llenar mi vida de VIDA.

"Sociedad"

No quiero crecer en una sociedad en la cual crecer no significa nada. 
Para ellos crecer es no vivir, atarse a lo material, a un trabajo de hormiga en el cual tenes que sufrir necesariamente y pensar solamente en pagar tus vacaciones.
Crecer es usar traje, tener dinero, crearse un disfraz que se apodera de vos el resto de tu vida.
No puedo creer en el crecimiento de una sociedad que deja morir de hambre, frío y enfermedades a sus integrantes. Esta sociedad entiende por sociedad a aquellos que pueden pagar para formar parte de ella. Los demás no existen, son invisibles.
Si eso es crecer, yo quiero ser más pequeña cada día, y quiero morir cuando ya no pueda ser más joven.

Mendigo

Soy como un mendigo. Un mendigo de luz.
Estoy en plena oscuridad y todo es muy raro acá. Estiro los brazos para ver si encuentro algo pero no hay nada... o quizás sí, pero ya todo es lo mismo. Todas las texturas son lisas, no hay nada más. 
Oscuridad. Silencio.
Mendigo de luz.
Esa luz que sale precipitadamente de tu boca cada vez que sonreís, y que se expande. Y ahí es cuando puedo ver a mi alrededor y cuando me doy cuenta que no estoy encerrada en una habitación oscura, tal como creía, sino que estoy en un campo sin fin. El viento enreda mi pelo y el sol broncea mi piel. Mis pies están descalzos y el pasto se incrusta entre mis dedos como lo hace el agua en mi pelo en plena tormenta. 
La habitación oscura no es más que un recuerdo, o eso creo.
Desde que te vi ya no se qué es recuerdo, qué es realidad y qué es sueño. Da lo mismo, es todo lo mismo. Recuerdo, sueño y estoy en tus brazos.
Un impulso me lleva hacia tu boca. 
Toco tus labios pero no hay nada. Como si hubieran desaparecido. Como si hubiera perdido mis sentidos.
Oscuridad. Silencio.